Vi@Euskalmitología. Daniel Oholeguy
LA LEYENDA DEL OSO PARDO DEL ITXINA
Cuenta la leyenda que en el principio de los tiempos, cuando la amada Euskal Herria ni siquiera era asi llamada, había muy pocas poblaciones en las montañas Vascas.
Se dice que los asentamientos humanos estaban protegidos por los jentiles que además de cuidarles, les enseñaban sus secretos de construcción, de siembra, de artes.
En aquellos tiempos algunos animales podían comunicarse con los humanos y la vida a pesar de ser extremadamente dura, tenía sus momentos de armonía.
Aun el hombre no había contaminado el ambiente, recién sembraba en los campos vírgenes, toda semilla germinaba y producía alimento.
Claro que siempre había peligros en aquel mundo primigenio y hostil. Entre los animales que acechaban estaban los temibles kitxeros carnívoros, en cuya dieta los hombres eran el plato preferido.
El macizo de Itxina estaba difícil de acceder, por la forma de su altura, como un domo circular de paredes verticales, que obligaban a escalar. Asi es que los humanos estaban mas seguros en su cima. Pero ello no quitaba frecuentes ataques de los kitxeros: enormes cerdos de poderosas mandíbulas y colmillos aterradores. Cercaban a sus presas entre la manada, y allí se despachaban hombres y otros animales.
Desde el Ojo de Atxular, esa ventana natural formada por los montes, los jentiles podían apreciar la labor en el macizo.
Acceder al asentamiento de Itxina era como dije difícil, además de ser un lugar donde las cuevas abundan, los gouffres, las montañas huecas, que son peligrosas en si, por cuanto sus huecos son extremadamente profundos, y caerse es casi sentencia de muerte.
Uno de los animales mas cercanos a los humanos era el oso pardo. Se comunicaba con una amistad estrecha, y podía mantener a los kitxeros alejados.
En una oportunidad, justamente intentando rechazar un ataque, un oso cayó en un profundo gouffre. Gracias a su gran resistencia y fortaleza, solo sufrió magullones, pero no podía salir de ese profundo pozo por sí solo.
Los hombres que respetaban y querían al oso, porque algunos creían descender de ellos, llamaron a los jentiles para sacar a su amigo de su prisión. Los gigantes, con su enorme fortaleza rápidamente sacaron al animal que, agradecido se quedó para siempre en Otxina cuidando a sus amigos humanos.
Dicen las antiguas voces de Euskal Herria, que cuando murió, fue enterrado en el centro del macizo, donde está su espíritu cuidando de los escaladores.
Historias de la amada tierra vasca.
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